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viernes, 9 de octubre de 2009

Pobre Cristo: "Lo llevaron a una guerra"

Muchas veces me he preguntado, en estos últimos años, qué hubiera sido en Europa de la libertad y la democracia si quienes tuvieron que asumir la terrible responsabilidad de enfrentarse a las tropas hitlerianas hubieran sido políticos como los que hoy gobiernan en España.

Es decir, políticos que nos enseñan en la publicidad de las Fuerzas Armadas a un Ejército que parece estar formado solo por personal dedicado a labores de tipo humanitario; políticos que dicen que nuestros soldados no están en Afganistán en una guerra, pues su misión es asegurar allí la paz; y políticos que justifican la necesidad del envío de más tropas al país asiático en la posibilidad de asegurar así la pronta vuelta de las que ya han sido desplegadas.

Todos sabemos, desde luego, que en las guerras del pasado se han cometido atrocidades increíbles y todos también que, incluso en las que nadie duda que estuvieran justificadas plenamente -como la Segunda Guerra Mundial-, quienes dirigían el combate contra el despotismo nazi-facista tomaron decisiones en las que la persecución de un buen balance bélico se hizo a costa de pagar un altísimo precio en vidas de militares y civiles de uno y otro bando. El reciente libro de Anthony Beevor sobre el desembarco de Normandía (El día D) nos lo recuerda con un realismo abrasador.

Las guerras -todas las guerras- son terribles. Lo son incluso las que hoy planifican las democracias con la manifiesta voluntad de no afectar a los civiles y no causar más bajas militares que las estrictamente inevitables. Pero ni siquiera estas guerras de ahora dejan de ser lo que son en realidad: conflictos en los que una de las partes en combate trata de vencer a la otra parte.

Por eso, si hemos de abrir en España un debate responsable sobre nuestra permanencia o no en Afganistán -debate que se suscita ¡durante dos o tres días! cada vez que uno de nuestros soldados pierde allí la vida- es indispensable que se nos diga la verdad: que en Afganistán hay una guerra; que las tropas españolas combaten con las aliadas para vencer a los talibanes; y que la muerte de uno de los nuestros -por terrible que resulte- es una consecuencia inevitable del hecho de tener mil soldados desplegados en un país en guerra abierta.

Solo así podrá formar cada uno su opinión sobre lo que el Gobierno de España habrá de hacer. Solo así lo que haga el Gobierno de España resultará, como debiera, fruto del mandato recibido del cuerpo electoral. Y solo así podremos evitar que haya más ciudadanos de buena fe que, como la pobre abuela del valiente soldado Cristo Cabello, puedan pensar lo que ella expresó el miércoles rota de dolor: «Le dijeron que iba en misión humanitaria y lo llevaron a una guerra».

Roberto Blanco Valdés
Catedrático de Derecho Constitucional

Fuente: La Voz de Galicia

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