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jueves, 23 de abril de 2009

Marco Aurelio dixit

De entre todos los emperadores romanos, uno de los más interesantes es sin duda Marco Aurelio, el llamado emperador filósofo que gobernó a finales del siglo II un Imperio ya en decadencia. Marco Aurelio fue un gran militar que mantuvo numerosas guerras en distintos lugares de su Imperio, sobre todo en la actual Alemania, a fin de evitar que las tribus bárbaras pasaran el Danubio y atacaran Roma. Como testimonio de sus victorias, todavía hoy se yergue en el centro de Roma, precisamente frente a una tienda de la firma coruñesa Zara, la Columna de Marco Aurelio, en cuyo fuste está esculpido el relato de sus batallas contra los pueblos germánicos. Los aficionados al cine recordarán las magníficas interpretaciones que de este personaje hicieron Alec Guinness en La caída del Imperio Romano y, más recientemente, Richard Harris en la conocida Gladiator.

Pero principalmente Marco Aurelio es recordado porque, junto a Adriano, es posiblemente el emperador más culto. Profesó la filosofía estoica y su vida y sus escritos se atuvieron a los principios morales de este pensamiento fundado por Zenón en la antigua Atenas. Marco Aurelio, entre guerra y guerra, escribió doce libros conteniendo pensamientos breves que son auténticas meditaciones y cuya lectura aconsejo, porque muchas de sus reflexiones son, como dirían los castizos, de rabiosa actualidad y si son bien leídas, y a poder ser mejor comprendidas, a muchas gentes podrían evitarles la reiteración en el error.

Casi hace veinte siglos el emperador romano reflejó perfectamente en uno de sus aforismos cómo el resultado habido en las últimas elecciones gallegas cumplió el inexorable principio político que nos dice que «el poder nunca se gana, sino que simplemente se pierde».

En efecto, decía Marco Aurelio en su libro IV: «Lo consecuente siempre sobreviene de forma prevista a lo precedente», para añadir más adelante: «Así los sucesos revelan no una mera sucesión, sino cierta afinidad asombrosa».

Cuando las políticas se desvían de las necesidades que reclama el bien común y se centran principalmente en las imposiciones derivadas del fundamentalismo de las minorías, es lógico, como decían los clásicos marxistas, que las masas se alejen de unas metafísicas identitarias que para nada atienden y resuelven los apremiantes problemas cotidianos del común de los mortales.

Cuando al congresuar, llega la hora de reflexionar, lo más importante es no equivocarse al determinar el origen de las causas del diagnóstico, sabiendo que la realidad de la vida es muy sencilla; a unos, que son los más, su pensamiento los hizo socialdemócratas, y a otros, que son los menos, la vida los llevó por otros derroteros, verdad que obliga a que por tanto nunca deban mezclarse churras con merinas.

Por ello me permito como aportación personal, transcribir un pensamiento de Marco Aurelio todavía no divulgado por los eruditos y que dice: «Lo peor no es perder, sino ser incapaz de entender por qué se perdió», o como decían los clásicos «in cauda, venenum» (Marco Aurelio dixit).

Francisco Vázquez
Embajador de España cerca de la Santa Sede

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