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jueves, 5 de marzo de 2009

El fin de (algunos) mitos

A estas alturas y, a pesar de que en el mundo de la política hay pocas verdades absolutas, seguramente podrían manejarse un par de ellas con amplio margen de certeza: una, que los gallegos gustan poco de las aventuras –salvo, por supuesto, cuando hubieron de hacer las Américas como emigrantes, y aún así por necesidad vital–; y, segundo, que prefieren, puestos a elegir, el original a las copias. Y esta vez, respetando otras opiniones, optaron por un modo de gobernar que, con sus defectos, proporciona datos más concretos de con quién se juegan los cuartos. O, dicho de otro modo, que puestos los gobiernos a hacer política de derechas, es preferible, como quedó expuesto, el original a la copia.

Y es que la Xunta bipartita, que anunció el cambio, aunque tranquilo, en todas sus dimensiones, no fue capaz de practicarlo, por más que la propaganda insistió en lo contrario. Los ciudadanos conocieron contradicciones entre la prédica y la práctica que casaban mal con lo primero; y, aunque las sutilezas son difíciles de aprehender en los ejercicios electorales, alguien valoró mal el entrenamiento de los ciudadanos, que llevan treinta años aprendiendo y, ni comulgan ya con ruedas de molino, ni aceptan fácillmente que les den gato por liebre.Tiempo tendrán los analistas de las diferentes formaciones para obtener conclusiones y expender recetas, pero algo hay también que se hizo evidente ayer: la crisis económica ha pesado de forma extraordinaria en el cuerpo social y, en consecuencia, es más que probable que don José Blanco tuviera más razón que don Emilio Pérez Touriño cuando aconsejaba la fecha electoral el pasado verano. Y, desde luego, también la tuvo cuando rectificó, aunque casi en el último momento, la estrategia inicial y presidencialista, que desmovilizaba. Lo que pasa es que generó un “efecto simpatía” y le salió el tiro por la culata.

La mayor parte de quienes, casi a vuela pluma, examinan lo que ocurrió ayer insisten en que el factor económico ha pesado de un modo extraordinario, probablemente decisivo. Pero es posible que a la hora de la verdad deban considerar otros elementos, entre ellos los que quedan dichos. Y alguno más. Por ejemplo, que hace cuatro años una parte de la derecha –pequeña pero hoy significativa– se quedó en casa porque, aún siéndolo, no podía seguir votando a un candidato con demasiada edad y un curriculum excesivamente largo como era don Manuel Fraga.Y el punto y pico de aumento en participación quizá fueran ellos, y quizá ellos le dieran otra vez al PP lo que tenía.

Item más: otro de los mitos que se han quedado en la cuneta ha sido el del supuesto poder rural de la derecha y la pujanza de la izquierda en las ciudades grandes y medianas. Salvo las excepciones que siempre existen, el PP ha ganado en todas partes y, además, subiendo con respecto a cuatro años atrás. Y eso quiere decir, primero, que el PP es un partido no solamente interclasista, sino además ilustrado, o al menos todo lo ilustrado que se le supone al voto urbano con respecto a los otros.

Es verdad, probablemene, que haya caído a la vez otro mito en este día de marzo: el de la supuesta influencia decisiva de algunos poderes mediáticos a la hora de condicionar resultados y, además, la supuesta alineación de esos poderes con los otros, los fnancieros. Es cierto que en esta campaña algunos han jugado en favor de la guerrilla informativa, pero ni los principales, que estaban en el otro lado, ni los más poderosos en términos de audiencia o de difusión. Aquí, y durante casi cuatro años, el tópico de la conspiración mediático/conservadora se fue a hacer gárgaras, y alguien debería tomar muy buena nota.

Pero no todos los mitos han desaparecido del mapa. Algunos permanecen y lo harán por algún tiempo, salvo que quienes pueden eliminarlos se pongan a la tarea de inmediato. Especialmente el que establece la dificultad extrema, que puede ser imposibilidad, que existe en este país para los grandes acuerdos. El penúltiumo ejemplo que ilustra la afirmación ocurrió con el Estatuto reformado y, el último, con la posibilidad de entendimiento para buscar fórmulas autóctonas que permitan paliar la crisis con algún resultado.

Las elecciones de ayer, si se examinan bien, deberían motivar una honda reflexión sobre esto, pero habrá que ver las reacciones de los diversos estados mayores y sus ocupaciones en las próximas semanas. Cabe que, tras el mazazo, quienes llevan tiempo tascando el freno de la impaciencia en el BNG y el PSdeG pidan cuentas –y, además, sobre todo cabezas– en la más pura tradición cainita de una cierta política histórica de los partidos en Galicia. Pero ya se verá.

Hay aún otro mito pendiente de examen: el de que aquí sólo se puede gobernar a través de una mayoría absoluta, bien solitaria o con la suma de varios. Éste es quizá el mejor momento para plantear que eso es una anomalía, que debiera revisarse, que es absolutamente fundamental cambiar los esquemas que, hoy por hoy, impiden pactos que no sean de cajón y que, por tanto, limitan también las posibilidades de asumir problemas y resolverlos aportando el máximo de fuerzas posibles.

Y no habrá quizás que esperar demasiado para tener los primeros indicios. Mientras en Galicia el PP recuperaba el poder autonómico, en Euskadi el PSOE alcanzaba la aritmética que le permitiría romper la dinámica histórica y pactar la Presidencia con el PP para gobernar luego en coalición; es muy difícil, pero no pocos estarán reclamando esa opción ya a estas horas, sobre todo cuando Galicia y su bipartito han dejado de ser un obstáculo para ello.

Los observadores más clásicos suelen decir que sólo hay algo tan apasionante como unas elecciones, y es el par de días siguientes, al leer los análisis que se hacen, así como las semanas posteriores, para ver cómo se administran los resultados. En Galicia no habrá algo diferente, y seguramente se está en ello; es verdad que la mayoría absoluta del PP lo facilita, pero no sólo, porque hay otros factores que inciden y que incidirán en la salida a situaciones nada fáciles.

El presidente in pectore, don Alberto Núñez Feijóo, recordó el viernes que en esta legislatura el presidente Touriño le había llamado sólo dos veces para dialogar sobre problemas de los ciudadanos, y que él rompería esa dinámica. Añadió que, si ganaba, y cumplido un plazo razonable, su primer invitado en Monte Pío sería el jefe del ejecutivo saliente. Entenderá su señoría que haya muchos gallegos que se lo reclamen dentro de poco, entre otros motivos, porque ése será el mejor modo de ir haciendo, de verdad, el cambio que otros no supieron hacer.

Lo que sea, sonará, desde luego, pero conviene eliminar otro mito: el de que el tiempo lo cura todo y remedia bastante. Eso sería antes, cuando lo había. Hoy y mañana, cuando se conozcan las cifras del paro, se verá que ya no lo hay y que, por eso, el poco que queda es oro.

Javier Sánchez De Dios

Fuente: Faro de Vigo, 02.03.2009

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